ARRABALDE, 26-12-15.-SÁBADO
REFRANERO, LÉXICO,
NOTICIAS O CURIOSIDADES, UN MINUTO DE POESÍA Y FOTOS
ANTIGUO REFRANERO ESPAÑOL.- Por San Andrés (30 de Noviembre) crece el día si no es; por
Santa Lucía, un paso de gallina, y por Navidad, quienquiera lo verá
LÉXICO
ARRABALDÉS. Una sencilla recopilación de las viejas palabras que se
usaban en Arrabalde; muchas de ellas restos del antiguo dialecto leonés; otras
usadas en la comarca de Benavente y los Valles y en la Valdería, muchas ya
desparecidas y otras con tendencia a desaparecer. Y otras simples localismos
inventados en el pueblo fruto del ingenio de los arrabaldeses. (Todo ello sin pretensiones didácticas, tan
solo un recordatorio con el único propósito de que no se olviden).
(Cada día
una palabra o un lugar nuevos): Hoy recordamos la palabra: MAMOLAZO
Mamolazo.
Golpe dado en la mamola.
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EL
PULSO DEL TIEMPO:
Tiempo
que llevamos de INVIERNO: 5 días.
La primavera se
inicia el día 20 de marzo del 2016
a las 04,30 horas.
TEMPERATURAS
REGISTRADAS HOY:
Mínimas: 2º
Máximas: 7º
Temperatura registrada a las 24,00
horas de hoy: 3º; los
cielos a esta hora están cubiertos,
hay bastante niebla y mucha humedad. No hace mucho frío.
Viento: Sopla muy débil del norte con velocidad media de 7 km/h.
Humedad relativa: 97%.
Presión atmosférica: 1034
hPa
El día transcurrió con los cielos cubiertos y bancos de niebla
que en algún momento nos dejaron ver tímidamente el sol, pero muy brevemente.
Seguimos con un índice de humedad muy alto.
Predicciones
para mañana día 27 de
diciembre:
Las predicciones señalan
cielos cubiertos
hasta las 10 horas; intervalos
nubosos hasta las 22 y poco nubosos
el resto del día.
Previsión de temperaturas: Se pronostican mínimas de 1º y máximas de 9º
Lluvia: No.
Tormentas: No
Luna: Cuarto menguante el día 2
Viento: Soplará entre 4 y 7 km/h.
Cota de nieve: Sin registros. Arrabalde está a 776 m de
altitud y el punto más alto de la sierra a 990 m sobre el nivel
medio del mar en Alicante.
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UN
MINUTO DE POESÍA.- (Espacio abierto a
quien desee publicar alguna de sus obras poéticas, tanto en verso como en prosa
poética. Puede hacerlo con su nombre o con seudónimo, como prefiera. Los envíos podéis remitirlos al correocastrocelta@hotmail.com).
Hoy
el minuto de poesía lo sustituimos por este
RELATO
PARA LA NAVIDAD
LA PIEL DE OVEJA
Eran los
primeros días de la Navidad
de 1956, solo tenía seis años y creía ciegamente en los Reyes Magos. Por
entonces no se sabía nada de la existencia de Papá Noel ni se adornaban los
hogares con arbolitos navideños, ni cintas, ni guirnaldas, ni bolitas de
colores. Quizá en las casas más pudientes se pondría algún nacimiento, pero en
Arrabalde y en la casa de mis abuelos, que era donde yo estaba entonces, la Navidad existía únicamente
en nuestros corazones y en la ilusión de los niños.
Por aquellas fechas ya había caído una intensa nevada que aisló al pueblo casi
durante una semana, después llovió y poco a poco la nieve se fue marchando,
dejándonos luminosos días de sol, pero tan airosos y fríos que obligaba a los
hombres a ir con la boina calada hasta las orejas y con los tapabocas (1) hasta
los ojos. De los tejados colgaban largos chupadores de hielo y las mujeres se
cubrían con gruesas toquillas o mantones de lana que solo se quitaban cuando
llegaban a las casas. Ni siquiera en la iglesia, en los rosarios de la tarde
osaban dejar a la vista otra cosa que no fueran los ojos, pues en la larga nave
del templo hacía casi tanto frío como fuera. Y en cuanto el sol se escondía
detrás de las peñas de la sierra, comenzaba a helar y las noches se volvían
gélidas y negras como boca de lobo. Ya oscurecido nadie andaba por las calles,
tan solo alguna persona que llevaba forraje para sus animales o algún vecino
que venía de la cueva (2) con su barril de vino.
Aquella tarde, ya al oscurecer, mi abuelo Marcelo me dijo que si quería ir a la
cueva con él, a lo que accedí de inmediato pues me encantaba acompañarlo. Cogió
la hogaza y con su navaja cortó un generoso pedazo de pan para cada uno, y me
dijo que al ir pasaríamos por la casa de la tía Florentina “la sardinera” a por
dos sardinas. Otras veces le comprábamos escabeche, o la abuela nos daba un trozo
de chorizo o de tocino, que comíamos felices y en buena armonía al calorcillo
de la lumbre que siempre hacíamos en la cueva.
Cuando llegamos encendió el candil y a continuación amontonó en el lugar de
costumbre unas vides y unos troncos de encina, le prendió fuego y al instante
se disiparon las tinieblas de la bodega, cuyo techo se llenó de chispas y humo
hasta llegar al hueco del boquerón por donde se escapó diluyéndose en la fría
noche.
Sacó una jarra de vino de la gran cuba que teníamos a nuestras espaldas, y
cuando ya más tarde las brasas estuvieron en su sazón, tendió sobre las mismas
las dos sardinas, las cuales asó con esmero, dándome una para encima del pan
después de sacudirle la ceniza y alguna brasa pegada, cogiendo la otra para sí.
Al poco tiempo llegó mi tío-abuelo Manuel (Manuelín
lo llamábamos cariñosa y familiarmente) con su jarra de vino y su pedazo de pan
con tocino, y un poco más tarde Caco, un viejo amigo de mi abuelo. Por entonces
era costumbre juntarse varios en alguna de las cuevas, donde bebían y charlaban
de los problemas del campo. Yo comía y escuchaba atento sus conversaciones, o
contestaba ocasionalmente alguna pregunta u observación que me hacían.
Comieron y apuraron sus jarras de vino, y a mi el abuelo me dio unos sorbos que
yo bebía con auténtico deleite. Por entonces no estaba mal visto darle un poco
de vino a los niños; la vida era así. Y tengo que decir que nunca más he vuelto
a probar vino tan bueno como el que hacía mi abuelo.
A nuestro regreso a casa la abuela ya nos tenía hecha la cena, consistente en
unas sopas de ajo; para mi abuelo en un barriñón (3) y a mi en una pequeña
barreña de dos asas. Como en alguna ocasión yo protestaba, pues la sopas de ajo
no era precisamente la cena que más me gustaba, (ahora me encantan), en otras
ocasiones me hacía un huevo con patatas fritas y me daba un trozo de longaniza
con un buen morcante (4) de pan, con lo que me dejaba satisfecho y feliz.
A veces las
sopas de ajo las hacía con patatas y una guindilla, para cambiar un poco, pero
las cenas solían ser invariablemente así, eran los años de la postguerra y no
había mucho donde escoger, aunque nunca llegamos a pasar hambre.
El frío era la constante en aquellas largas noches de invierno. No teníamos
sistema alguno de calefacción, tan solo taparnos con alguna vieja manta y estar
lo más cerca posible de la lumbre; si cerrábamos la puerta de la cocina esta se
nos llenaba de humo, lo que nos hacía toser y nos producía escozor en los ojos.
Si la abríamos, la cocina se ventilaba y el humo salía bien por la chimenea,
pero el frío que entraba no nos permitía estar a gusto. Así que generalmente
después de cenar, se entornaba la puerta y permanecíamos un rato al rescoldo de
las brasas, hasta que ya daban poco calor, lo que indicaba que era el momento
de irse a la cama.
Ahora recuerdo
aquellos tiempos y me entra una extraña sensación de felicidad, nostalgia y a
la vez tristeza difícil de describir. Sobre todo cuando años después se murió
mi abuelo y pasé el primer invierno solo con mi abuela. Le hice compañía lo
mejor que pude, pero fueron muchos días de soledad y de aflicción.
Ya en la habitación era tanto el frío reinante que desnudarse para meterse en
la cama suponía una auténtica tortura. Yo dormía en la planta de arriba de la
casa, en una habitación con dos camas. La mía tenía el jergón de hojas de maíz
y las sábanas eran de lino, ásperas e increíblemente frías, sobre todo la de
abajo que además era añadida y raspaban las costuras.
Las mantas eran
estupendas, de buena lana y hechas en los telares de Val de San Lorenzo, en
León, donde el artesano les había puesto, a unas el nombre de mi abuelo, y a
otras sus iniciales. Encima de ellas recuerdo que había una vieja y pesada
colcha de estameña teñida de color verde, (5) que por su peso y textura en
aquellos tiempos lo mismo habría podido servir como colcha que como repostero
para un carro, pero que cumplía bien su cometido.
Sin embargo yo
no me quejaba, por entonces había muchas familias en el pueblo que dormían en
el sobrao (6) sobre un jergón,
no tenían sábanas y se tapaban con viejas mantas que apenas si quitaban el
frío. Yo me podía considerar afortunado, pues lo peor de mi cama, que era el
jergón de hojas de maíz, no tardó mucho mi abuela en sustituirlo por un cálido
colchón de lana.
Pero meterse entre aquellas frías sábanas de lino seguía siendo una tortura;
como no teníamos pijama, extraño y desconocido lujo por aquel entonces,
dormíamos en calzoncillos y camiseta, y hasta que el cuerpecillo iba entrando
en calor podía pasarse mucho tiempo, así que mi abuelo decidió que “para que el rapaz no pasara tanto frío lo
mejor era ponerle en la cama la pelleja de una oveja”. Y como quiera que en
casa siempre habían tenido ovejas y que cuando se mataba alguna, su piel una
vez seca –que no curtida-, la dejaban colgada en el sobrao por si hacía falta
para algo, en aquella ocasión echó mano de la mejor que tenían y estirándola mi
abuela como pudo, me la puso dentro de la cama con la lana hacia arriba.
Cuando aquella noche me metí en el lecho, la sensación de frío disminuyó
sensiblemente, pues acurrucándome como un gato sobre la suave lana, mi parte de
abajo se libró del intenso frío de la áspera sábana de lino, y la de arriba
poco a poco fue entrando en calor hasta quedar dormido a gusto y feliz sobre
aquella piel lanuda y cálida.
Mientras tanto,
a través de las mal ajustadas hojas de la ventana, se oía ulular el viento y a
ratos el golpear de la lluvia contra los cristales.
¡Pero cuidado!, no sacaras ni un solo dedo de la superficie de la lana, pues te
encontrarías con el rugoso y duro borde de la pelleja y la gélida sábana bajera
que no entraba jamás en calor.
Y así fue pasando la
Navidad. Cuando llegó la mañana del día 6 de enero de 1957,
hallé sobre la repisa de la ventana dentro de una caja de zapatos que
previamente había situado la noche anterior por si los Reyes me dejaban algo,
una mostada de castañas medio pilongas, otra de almendras, otra de nueces, un
paquete de galletas Marías y una cajita redonda preciosa, con una “culebra” de
mazapán en su interior que me supo a gloria. Aquella mañana fui el niño más
feliz del mundo.
Pero en mi fuero interno ya empezaba a preguntarme cómo era posible que los
Reyes Magos pudieran llegar hasta la ventana, si estaba tan alta que ni con una
escalera se alcanzaba, y que además pudieran abrirla desde el exterior sin
romper los cristales para dejarme todo aquello en la caja. La explicación que
me dieron cuando lo pregunté, fue que como eran magos lo podían todo, y quedé
tan feliz.
Mazapán tan rico como aquel de las cajitas redondas, que yo había visto en el
comercio del señor Roca pero que no asociaba para nada con el que me habían
dejado los Reyes, no lo he vuelto a comer jamás.
Aún me emociona recordar aquellos días, pues era una felicidad tan sencilla, limpia
e inocente, que nunca más la he vuelto a sentir.
Onésimo Villar Carrera.
(1) TAPABOCAS: Manta que
usaban los hombres para resguardarse del frío, estaban confeccionadas
generalmente de lana de dos colores y a cuadros.
(2) CUEVA: Bodega excavada bajo tierra donde se hace y guarda el vino.
(3) BARRIÑÓN: Recipiente de barro de forma redonda, abombado y sin asas.
(4) MORCANTE: Pedazo grande de pan.
(5) Hace unos días, hablando sobre “la piel de oveja” con mi primo Paco, a
quien como a mi le tocó vivir las mismas experiencias por aquellos años, me
contó que no hacía mucho había encontrado el viejo jergón de hojas de maíz (él
heredó la casa de la abuela) aún en buen estado. Que le sacó las hojas y lavó
la funda, la cual está confeccionada con fuerte tela de lino en color crudo,
consiguiendo dejarla limpia y en muy buen estado. También me contó que la
colcha estaba teñida de azul y no de verde como yo había dicho, que estaba
formada por dos piezas añadidas –de “media pierna” cada una- y que excepto por
la parte de arriba estaba rodeada por cerras, con lo cual ganaba en buen
aspecto y cobraba auténtica apariencia de colcha.
Él tiene mejor memoria que yo.
(6) SOBRAO: Parte de la casa de una sola pieza dedicada a panera, situada
generalmente en la planta superior, donde se almacenaban el trigo y otros
cereales, así como otros útiles y enseres de la vivienda.
FOTOS DE AYER Y DE HOY.-Así se veían algunas calles de Arrabalde con la niebla hoy por la noche.