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ARRABALDE EN LA NUBE… Y EN EL CORAZÓN.
04 DE FEBRERO DE 2021.-
EL TIEMPO EN ARRABALDE
Y SU ENTORNO
CONTENIDO: REFRANERO, LÉXICO, OCASIONALMENTE ALGÚN RELATO, UN MINUTO DE
POESÍA, FOTOS, EL TIEMPO Y COMUNICADOS SI LOS HAY, DE LA ASOCIACION CULTURAL
“CASTRO DE LAS LABRADAS”.
ANTIGUO REFRANERO ESPAÑOL, FRASES Y DICHOS.-
Besugo mata mulo.
En otros tiempos, cuando los medios de transporte eran las diligencias y
los carromatos tirados por mulos, los transportes de mercancías perecederas,
como el pescado, había que realizarlos con la mayor presteza, a fin de llegar
desde la costa al interior de la nación antes de que éste se deteriorara. De
esta perentoria necesidad surgió el refrán, por ser el besugo un pescado que se
estropea con rapidez. Así lo justifica el Comendador
Griego (1) en los siguientes términos: “Es el besugo un pez que en poco tiempo se
daña, por eso los arrieros caminan de día y de noche sin detenerse”, lo
cual dio origen a la frase: Besugo gana mulo y mata mulo.
Caro y Cejudo (2) lo define
así: “Es refrán de los que traen besugos,
que se requiere traerlos con mucha presteza antes que se dañen, sin dormir ni
descansar, en la cual mercadería se gana o se pierde según las blanduras del
tiempo o las heladas”
(1)
Hernán Núñez de Toledo y Guzmán (Salamanca, 1478-1553) latinista, helenista,
paremiólogo y humanista español, también conocido como el Comendador Griego.
(2)
Jerónimo Martín Caro y Cejudo, (Valdepeñas, 1630-1712), humanista, gramático
y paremiógrafo español.
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LÉXICO ARRABALDÉS
(No despreciemos, por viejas y desusadas, las palabras y costumbres recibidas de
nuestros antepasados, ellos las usaron y se entendieron, nosotros ahora las
recordamos).
(Cada día definimos una palabra nueva, una frase o un lugar de
Arrabalde).- Hoy recordamos la palabra: SOFALDIAR
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Soledad IV
Sentado
con la cabeza entre las manos
imagino
las estrellas,
sé
que la noche está clara,
y
sin embargo…
Sé
que hoy el cielo está limpio
y
que solo dos jirones de nube
acarician
la luna,
y
sin embargo…
Sé
que hoy, también la golondrina
se
ahuecará para acurrucar a sus polluelos
en
el alero del tejado,
y
sin embargo…
Sé
que hoy no puedo mirar
a
las estrellas,
ni
a los jirones de nube,
ni
a la luna,
ni
sentir la golondrina
ahuecarse
en el alero del tejado.
Sé
que hoy no puedo…
Ovi
Salamanca, 16 de mayo de 1977
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FOTOS DE AYER Y DE HOY.- imágenes para un poema.
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EL TIEMPO EN ARRABALDE EN ESTE DÍA QUE
PASÓ:
TEMPERATURAS REGISTRADAS EL DIA 4, JUEVES:
Máximas: 8º
Estado del cielo: Cubierto y lloviznando.
Viento: Sopla del noroeste con
velocidad de 3 km/h.
Humedad relativa: 93%
Presión atmosférica: 1011
hPa
Sensación térmica: 3º
A pesar de las baja temperatura no hay sensación de frío.
CANTIDAD DE AGUA QUE PUEDE CAER: 23 litros/m2. Si se cumplen los pronósticos lloverá bastante.
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ARTÍCULO
PARA
LOS QUE SIENTAN INTERÉS POR LOS ENTRESIJOS DE LA HISTORIA ANTIGUA, DE LOS ASTURES,
CÁNTABROS Y SU LUCHA CONTRA LAS LEGIONES ROMANAS.
Las águilas de Roma
Los habitantes
de las montañas de la parte occidental del norte de la Península Ibérica eran
gentes aguerridas, celosas de su independencia. «Allí vivían dos pueblos muy
poderosos, cántabros y astures, que no estaban sometidos a nuestro imperio»,
escribe el historiador Floro, «fueron los cántabros quienes mostraron los
primeros en su levantamiento el mayor ardor y espíritu pertinaz, pues, no
contentos con defender su libertad, trataban de dominar a sus vecinos y
hostigaban a los vacceos, turmogos y autrigones con frecuentes incursiones».
Ambos pueblos, cántabros y astures,
mantuvieron una larga guerra contra el Imperio antes de ser sometidos. Algún
historiador moderno aventura que el motivo de esa guerra, tan costosa para
Roma, era el aprovechamiento del oro que pudiera encontrarse en aquellos
territorios lejanos, desolados y salvajes. Pero acaso la explotación de
minerales no justificara gastos tan elevados para Roma: el propio Augusto hubo
de desplazarse a estos últimos frentes, como demostración de la importancia que
aquella guerra remota, en la que intervenían sus generales más avezados, tenía
para él y para el Imperio. Porque, para establecer la «Pax Augusta» (y esto lo
tenían más claro los historiadores romanos que los modernos) era imprescindible
que estuviera sometido el último rincón del Imperio.
Ahí
no cabían componendas ni claudicaciones disimuladas. Importaba poco que el
enemigo fuera inaccesible o insignificante. Para que Augusto pudiera celebrar
la «pax» el 30 de enero del año
La paz se había conseguido con
esfuerzo, y el último y sangriento esfuerzo consistió en reducir a aquellos
montañeses, de los que la inmensa mayoría de los romanos no había oído hablar
jamás, con toda seguridad. Pero así como Augusto tenía muy clara la idea de
Imperio, aquellos montañeses sentían la independencia en su raíz: no sólo
contra Roma, sino contra cualquiera que se acercara a ellos con ánimo de
someterlos. El romanticismo oculto que impregna el sentimiento de algunos
historiadores identifica las montañas con el afán de independencia, con lo que
don Pelayo y Rob Roy se emparentan, siempre en el buen acuerdo de que el primer
rey de Asturias fuera nacido en estas montañas, cosa harto improbable. Pero
debe tenerse en cuenta que el anhelo de independencia entre los montañeses no
se produce en determinada época histórica y no en otras, como hace notar Adolf
Schulten en su imprescindible libro sobre «Los cántabros y astures y su guerra
contra Roma»: «La región montañosa de la costa norte de España tiene la gloria
de haber sido siempre la sede de gentes fuertes y heroicas. Como los cántabros
y astures resistieron a los romanos durante diez años -al igual que los
numantinos-, así resistieron más tarde sus nietos a los árabes, y todavía en la
guerra de la independencia mostraban su valor, defendiendo Astorga en 1810
contra el mariscal Suchet con heroísmo igual al de Zaragoza, Gerona, Tarragona
y Sagunto».
Schulten sitúa las guerras
cántabras entre «las muchas guerras de independencia que han sostenido pueblos
pequeños para defender su libertad contra una nación prepotente que los atacó
sin otro motivo que el deseo de sujetarlos a su dominio o apoderarse de
materias preciosas existentes en el país atacado. Claro es que jamás la nación
prepotente confiesa sus móviles egoístas, sino que trata de cubrirlos con unos
motivos aparentemente generosos: cambiar la "barbarie" del pueblo
atacado por lo que el opresor llama "civilización", o acabar con sus
desórdenes interiores, etcétera». Una vez más estamos ante una versión
romántica de la historia, porque no puede ser el mismo el concepto de libertad
e independencia de un jefe de clan cántabro o astur que el de Rob Roy, y éste,
a su vez, era más el de sir Walter Scott que el suyo propio. No actuaron de la
misma manera ni por los mismos motivos los que lo hicieron contra los romanos,
que los que derrotaron a los moros en Covadonga, que los que participaron en
las guerrillas contra las tropas napoleónicas. De todos modos, las guerras de
los cántabros y astures tuvieron una importancia excepcional, según señala
Schulten, «por ser la última fase de la resistencia heroica de las tribus
iberas. De igual modo que militarmente la victoria de Augusto sobre estas
tribus salvajes del Norte fue un éxito grande y constituyó un triunfo
definitivo, así también fue de gran provecho material, pues con ella se añadió
al Imperio toda la zona norte de Iberia con el oro de Asturias y Galicia y el
hierro de Cantabria. Es cierto que Canllaecia, la parte occidental de la costa,
ya había sido vencida antes: primero por Bruto Callaico (en 138-
Evidentemente, los cántabros y astures no
tenían cronistas que reflejaran por escrito aquellos hechos, y entre los
romanos que subieron al Norte no figuraba Polibio, aunque Dion Casio, Floro y
Crosio los relatan, pero de manera breve y resumida. Por este motivo, tanto los
cántabros como los astures aparecen impersonalizados, sin un rostro tan claro
como el de Viariato entre los lusitanos. De los jefes del clan norteños se
conserva el nombre de Corocota, que se rindió a Augusto, pero absolutamente
desdibujado y sin ningún perfil. Bien es cierto que en época reciente este solo
nombre ha sido incrementado con algún elemento, más literario que legendario,
que, procedente de Dion Casio, convierte al difuso Corocota en un antecedente
de Robin Hood o de Dubrovski, el personaje de Puschkin: héroes románticos
capaces de meterse en la boca del lobo y salir sin daño, gracias a su valor,
serenidad o encanto. Se le atribuye una hazaña que, de ser cierta, sería una
constatación muy temprana de «grandonismo». Habiendo puesto los romanos precio
a su cabeza, Corocota se presentó en su campamento para cobrarla, y admirado
Augusto por aquel gesto, le dejó marchar, después de pagarle la recompensa
prometida, que se elevaba a doscientos mil sestercios. Dión Casio le califica
de «ladrón»: supongo que no será porque fue a entregar su cabeza y regresó al
clan con ella en su sitio.
Constantino Cabal, en «La
Asturias que venció Roma», menciona a otro cántabro llamado Laro, a quien Silio
Itálico presenta «como un hombre impetuoso y gigantesco, temible incluso sin
armas y que peleaba siempre empuñando en la diestra una segur». Son personajes
que en cierto modo obedecen a arquetipos: el caudillo audaz, el guerrero de
gran fuerza física... Y, naturalmente, el resistente noble que se encara al
poderoso emperador enemigo y es correspondido con nobleza y generosidad. Aunque
lo más probable es que las guerras cántabras no hayan sido enfrentamientos
entre caballeros, sino entre unas tribus bárbaras y valerosas y un ejército
organizado, que fue el precursor de los ejércitos modernos. Lo que sí sabemos
de cierto es que éstos no concedían cuartel, y que los resistentes preferían el
suicidio colectivo antes que entregarse. Los historiadores romanos, por lo
demás, no les escatiman elogios. «La lucha contra enemigos tan valerosos, cuya
llegada había sido tan rápida y bien concertada, habría sido dudosa y
sangrienta, si los
brigaecinos no los hubieran traicionado y hubieran avisado a Carisio»,
escribe Floro. Según Dión Casio, «desesperando de su libertad, no estimaban en
nada su vida» y su valor los volvía incluso imprudentes, pues fueron derrotados
por Cayo Antistio «no porque fuese mejor general que Augusto, sino porque,
teniéndole en menos lo bárbaros, salieron al mismo tiempo al encuentro de los
romanos y fueron derrotados». Orosio señala que «fueron derrotados por Carisio, aunque no con
pérdidas pequeñas para los romanos», ya que «la valentía es algo común entre
ellos, y no sólo entre los hombres, sino también entre las mujeres»,
según Estrabón. No puede haber una victoria gloriosa si el enemigo no es digno
de ella, y los cántabros y astures habían de ser grandes guerreros para
justificar una resistencia tan larga, además de contar con «el atrincheramiento
que sus montañas les ofrecen», como escribe Jordanes. El valor indomable de los
individuos y la aspereza de sus montañas contribuyeron a que la conquista de un
oscuro y nebuloso rincón de una zona apartada de Iberia se convirtiera en una
guerra larga e indecisa, que obligó a Augusto a desplazarse a aquellos frentes,
y con fortuna no mayor que la de sus generales, según escribe imparcialmente
Dión Casio: «El propio César combatió a la vez contra cántabros y astures, pero
como no se le acercaran, resguardados en sus elevadas fortificaciones, ni se le
ponía a mano por ser inferiores en número y utilizar casi todos ellos armas
arrojadizas y, además, le ocasionaban muchas dificultades si se ponían en
movimiento, al caer sobre él siempre desde posiciones más elevadas, y le
tendían frecuentes emboscadas en las hondonadas y los lugares boscosos, llegó a
encontrarse en una dificultad completamente insuperable. A causa de estos
esfuerzos y preocupaciones se sintió enfermo y se retiró a Tarraco para
recuperarse allí».
Los generales romanos de esta guerra
fueron Antisio, Furnio, Agripa y Carisio, cuya «violencia y crueldad», según
Dión Casio, «fue la causa de que los astures, una vez domeñados, volvieran a
levantarse de nuevo en pie de guerra, y los cántabros porque se enteraron de
que aquellos se habían levantado y porque despreciaban a su gobernador Cayo
Furnio, a causa de haber ocupado recientemente su puesto y creer que era
inexperto en estos asuntos».
El nombre de Carisio parece
perdurar en la toponimia. Según Cabal, «Ponte y Vives, verbigracia, aseguraba
que el puerto por donde penetraron en Asturias las legiones de Carisio, fue el de
El topónimo de la
Carisa evoca de inmediato al general Carisio al frente de sus legiones, ya que, como escribe
Cabal, «era una tentación irresistible para poner en sus cumbres los mayores
sucesos de la guerra y buscar comprobaciones de mayor o menor categoría en los
nombres aledaños». Un campamento localizado a
Lo que parece cierto es que Carisio tomó Lancia, aldea principal
de los astures, después de fuertes combates y «donde la disposición de los
lugares hizo la lucha tan encarnizada que, después de la toma de la ciudad, los
soldados reclamaban antorchas para quemarla y su general a duras penas pudo
salvarla, asegurándoles que la ciudad mejor acogería la victoria romana si
estaba intacta que si era incendiada», según escribe Floro. Este testimonio y
el de Orosio -«rodeada la ciudad (de Lancia) y dispuestos los soldados a
entregarla a las llamas, el general Carisio solicitó a los suyos que
desistieran del incendio y obligó a los bárbaros a entregarse por voluntad
propia»- desdicen la «crueldad y violencia» del romano, indicadas por Dión
Casio.
La guerra cántabra del 29 al
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La tierra es un lugar peligroso, de
aquí nadie sale vivo.
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