ARRABALDE
EN LA NUBE… Y EN EL CORAZÓN.
25 DE FEBRERO DE 2021.-
EL TIEMPO EN ARRABALDE Y SU ENTORNO
CONTENIDO
DE HOY:
- Refranero
-
Léxico arrabaldés.
-
Un minuto de poesía.
-
Fotos
-
Una historia ocurrida en Arrabalde
-
El tiempo en Arrabalde
------------------------oooOooo-----------------------
ANTIGUO REFRANERO ESPAÑOL, FRASES Y DICHOS.- Cárdenas y el Cardenal,
y Chacón y fray Mortero, traen la corte al retortero.
El
refrán tiene un fuerte componente histórico, es del tiempo de los Reyes
Católicos y su origen es como sigue: El famoso D. Gutierre de Cárdenas,
factótum de los Reyes Católicos, compartía su valimiento en la corte de
aquellos príncipes con el cardenal D. Pedro González de Mendoza, quien
favoreció el establecimiento de la Inquisición en España. Con D. Juan Chacón,
adelantado de Murcia, contador mayor de Castilla y mayordomo del rey, y con Fray
Alonso de Burgos, obispo de Palencia, confesor del monarca y fundador del
Colegio de San Gregorio, en Valladolid; y como quiera que no pocas veces
anduvieron discordes en sus pareceres (que a eso conducen las ambiciones), de
ahí que entre todos ellos trajesen revuelta a la nación.
Fray Mortero
es apodo con que se conocía en aquel tiempo al obispo Fray Alonso de Burgos, ya
por ser natural del Valle de Mortera, ya por lo horroroso de su fisonomía y mal
pergeñado de su cuerpo, según cuenta la Historia. Tal vez aluda a esta última
circunstancia el letrero Opéribus crédite que figura en su
suntuoso sepulcro (obra atribuida a Alonso Berruguete), como queriendo
decir: No os fiéis de apariencias; atended sólo a las obras.
(J.M.
Sbarbi)
(1)
(Isabel fue una serie de televisión española de
ficción, inspirada en la vida de la reina Isabel I de Castilla, emitida en la 1
de Televisión Española desde el 10 de septiembre de 2012 hasta el 1 de
diciembre de 2014, protagonizada por Michelle Jenner y Rodolfo Sancho en los
papeles de los Reyes Católicos).
------------------------oooOooo-----------------------
LÉXICO
ARRABALDÉS
(No despreciemos, por viejas y
desusadas, las palabras y costumbres
recibidas de nuestros antepasados, ellos las usaron y se entendieron, nosotros
ahora las recordamos).
(Cada día definimos una palabra nueva, una
frase o un lugar de Arrabalde).- Hoy recordamos la palabra: CABREÑO
------------------------oooOooo-----------------------
UN MINUTO DE
POESÍA.-Espacio
abierto a quien desee publicar alguna de sus obras poéticas, tanto en verso
como en prosa poética. Puede hacerlo con su nombre o con seudónimo, o como
prefiera. Los envíos podéis remitirlos al correo: castrocelta@hotmail.com
Su obra poética se aparta del modernismo imperante en la época, pues
es conservadora en estructura y temática: defiende la tradición, la familia, el
dogma católico o, con singular sensibilidad social, la vida campesina.
Las
cuentas del tío Mariano.
Araba el tío Mariano
la húmeda tierra gredosa,
y entre la bruma lluviosa
del horizonte lejano,
con cierta noble ansiedad
que a la amargura se junta,
miraba, al volver la yunta,
las torres de la ciudad.
Allí los amos estaban
de aquel pedazo de llano,
ya convertido en pantano
por lluvias que no amainaban.
Y no pensaba el rentero
que el amo estaba al abrigo
del bofetón del hostigo
y el frío del aguacero.
Aspiraciones más parcas
tentaban al viejo charro
mientras hundía en el barro
sus bien calzadas abarcas.
Era un día de febrero
revuelto, lluvioso y frío;
cada camino era un río
y un charco cada sendero.
Bajaban por las quebradas
turbios regatos zumbando,
que iban el hoyo inundando
de hoscas aguas coloradas.
Y era el barbecho un fangal,
y el prado un estanque era,
y una charca la ribera,
los valles un chapatal.
Arrebataba el solano
las gotas del aguacero,
que eran las puntas de acero
de su látigo inhumano.
Iracundos los zagales
bregaban con los corderos
y los cabritos zagueros
hundidos en los fangales.
Y el pobre tío Mariano,
con la anguarina calada,
bajo un brazo la aguijada
y en la mancera una mano,
arando estaba en tal día
por no perder una huebra,
donde diz que el viento quiebra
cosa que él solo diría,
pues en aquella desnuda
tierra llana sin abrigo
le flagelaba el hostigo
la cara con saña cruda.
Y así malamente araba
y echaba el hombre sus cuentas,
las cuentas de aquellas rentas
que por las tierras pagaba.
Bien echadas las tenía,
pero con mal resultado,
y así, terco y porfiado,
las iba haciendo aquel día;
«Las rastras ya no las miento;
hogaño, si pinta el año,
no será ningún extraño
que me arrimase a las ciento.
Se ha derramao en sazón;
la desará fue mu guapa,
y si sigue asín, no escapa
de haber buena granición.»
(Este cálculo lo hacía
con las leves omisiones
de langosta, inundaciones,
de pedriscos y sequía...)
«¡Ahora, tanto pa calzar,
tanto en vestir y en comer...
(Y no hablaba de beber,
porque era hablar... de la mar.)
«Tanto pa contribuciones,
tanto pa renta y simiente...»
Y así fue del remanente
practicando sustracciones.
Y de las ciento supuestas
sustrajo el tío Mariano
tantas fanegas de grano,
que al pasar de ciento éstas,
puso cara de ansiedad,
dijo con pena, mirando
y el cuerpo zarandeando,
las torres de la ciudad:
«Si hogaño fuese allá un día
y el amo bajar quisiera
seis fanegas..., ¡cualisquiera,
cualisquiera me tosía!...»
¡Señor del tío Mariano!:
si acude a ti, sé piadoso,
que harás un hogar dichoso
con seis fanegas de grano.
Gabriel y Galán
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
¿Queréis leer una
historia ocurrida en Arrabalde basada en un hecho real?, aquí la tenéis.
OCURRIÓ EN ARRABALDE
Serían aproximadamente las ocho de la mañana de un día de primavera del año 1930. Josefa, o mejor dicho la “tía Salitrala”, que así era como la conocían en el pueblo, se tiró de la cama maldiciendo al gallo pedrés que, altanero, la había sacado con su insistente canto del único sueño que ya muy de madrugada había logrado conciliar.
¡Canta puñetero, canta mientras puedas, que para la fiesta de mayo te
espero!, -le dijo en tono amenazante mientras abría la puerta del corral,
acercándosele de inmediato “Chispa” y “Lebrel”, sus dos fieles
perros, meneando alegres la cola.
En la pocilga, el cerdo gruñía y hocicaba la puerta reclamando su ración de comida. Se acercó al portal, cogió un manojo de berzas y se las arrojó a la pila, mientras pensaba que mañana tendría que “sacarle la cama” y echarle paja nueva.
Se dirigió a la cocina, pequeña, ahumada y oscura, y apartando a un lado la cernada de la lumbre del día anterior, prendió fuego a una tirriega seca y a un puñado de vides, arrimó dos troncos de encina ya medio quemados, y mientras la lumbre cogía fuerza echó agua en un viejo pote de hierro y lo acercó al fuego. Machacó una cabeza de ajo en un mortero de madera, le añadió un poco de pimentón, un dedo de manteca de cerdo, sal, y agua caliente del pote, lo revolvió todo durante unos instantes y lo dejó sobre un pequeño banco de tres patas que se hallaba próximo a ella. Migó unas finas rebanadas de pan duro para una barreña de barro de boca desconchada, le añadió la mitad de una guindilla seca, que a juzgar por su aspecto debía de picar como los mismos demonios, y le echó encima el contenido del mortero, completándolo con la hirviente agua del pote. Minutos después lo comió despacio sorbiendo hasta la última gota del caldo, resoplando y aguantando a duras penas el fuerte picor de la guindilla. Descolgó de una punta de la pared el barril del vino, bebió un trago y lo dejó en su lugar de nuevo. Era un vino del año, algo áspero y de sabor fuerte, hecho con uvas de garnacha, tempranillo y de unos híbridos que tenía en la viña del monte, resultando de todo ello un vino de color rojo sangre, con el sabor algo rasposo. Pero era agradecido si no se abusaba de él, y dejaba el cuerpo bien.
Cogió el fardel de tela, de un gris sucio y descolorido, y metió en su interior un trozo de tocino crudo envuelto en papel de estraza, y un pedazo de pan moreno; anudó el fardel y lo arrojó al interior de un viejo zurrón de piel de cabra. Se lo colgó del hombro, ajustó el negro pañuelo a la cabeza y agarrando la cacha de fresno salió a la calle seguida de los dos perros.
Fuera, las golondrinas surcaban el aire llenando la luminosa mañana de trinos y gorjeos. Y por un instante se vio niña, -¡Dios mío!, ¿había sido niña alguna vez?- y se le llenó el alma de evocadores recuerdos. Se vio por aquella misma calle, cogida de la mano de su madre, en una maravillosa y límpida mañana de primavera, como la de hoy, con docenas de golondrinas surcando los aires y cantando en los aleros de los tejados.
-Madre, ¿qué dicen las golondrinas cuando trinan?.
-Escúchalas y verás, -le contestó su madre.
-Es que no las entiendo.
-Pues mira, dicen: “mariquitaquefaciestequelacasanobarristemientrasyofuiacomprarunoszapatitosparatibailar?, ¡chorrrrrrli?.
Y recordaba que su madre arrastraba la erre tratando de imitar el último
gorjeo del indescifrable y complicado canto de la golondrina.
-¡Qué bonito!, ¿Y dicen todo eso así de seguido?.
-Pues claro, escúchalas con atención y verás.
Pero por más que escuchaba no lograba entenderlas. Y sin embargo hoy, después de tantos años y al recordar aquellas palabras de su madre escuchando el canto de las golondrinas, sí le parecía oírlas decir aquella enrevesada frase.
Entretenida en estos pensamientos llegó hasta la iglesia, subió la larga escalera de piedra que conducía al campanario y agarrando la cuerda del esquilín, que era como llamaban a la campana más pequeña de las tres que tenía la torre, tocó durante medio minuto inundando el pueblo de su familiar sonido. Al oírla, poco a poco los vecinos fueron sacando sus cabras a la calle como un rito que se repetía cada mañana. Las fue recogiendo y, sin prisas, inició la subida a la sierra camino de Las Labradas.
El día era espléndido; atravesó El Reguerón y dejó atrás Peña Resbalina, internándose entre olorosos tomillos y jaras perladas de blancas flores. Las cabras, más que comer parecía que acariciaban con sus hocicos los tiernos brotes de las plantas. Ella misma arrancó varios tallos de verceja comiendo la blanca y jugosa pulpa hasta donde la fibra ya no era masticable.
Chispa y Lebrel ascendían atentos a cualquier indicación de su ama, olfateando incansables los confusos y abundante rastros que las liebres y conejos habían dejado entre las peñas. Pasó cerca de Peña el Horno y Peña la Hemina, nombres curiosos con los que habían sido bautizadas aquellas rocas por su forma y, siempre subiendo, llegó con el rebaño a Peña la Pipa. Allí dejó que las cabras pastaran largamente la fresca hierba bajo la atenta mirada de los perros. Posó el zurrón y la cacha a la sombra de la gran peña e internándose debajo de la misma se acercó hasta la grieta donde manaba el agua, cogió una pipa hueca de verceja y bebió pausadamente a través de la misma, agradeciendo el frescor del agua y la sombra del lugar.
Regresó a donde había dejado el zurrón y la cacha y se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la peña, mirando por enésima vez el magnífico paisaje que desde allí se divisaba. A sus pies, en la falda de la sierra, se asentaba el pueblo con sus viejas casas de tapiería de barro, compacto y adusto, como sus propios habitantes. La extensa llanura de la vega discurría fértil, verde y lujuriosa casi hasta donde alcanzaba la vista; empezaba en San Esteban de Nogales, continuaba por Alcubilla y venía a morir en Arrabalde al lado del río Eria, entre altos álamos y verdes chopos. A lo lejos, mucho más arriba, se extendían por las soleadas laderas las manchas verdosas de los viñedos hasta confundirse, ya en La Chana, con el monte de Alija del Infantado.
En el pueblo algunas chimeneas echaban humo, se veía algún carro por los caminos de la vega y un hombre a que a caballo iniciaba la subida a la sierra por el camino de las vacas. Y sin que apenas se diera cuenta, sus ojos se fueron cerrando cansados de la vigilia de la noche, abandonando el espíritu a la paz del lugar.
No supo el tiempo que había estado dormida, pero no debió de ser mucho, pues el hombre, que ahora subía a pie delante de su montura, estaba poco más que a media ladera de la sierra. El rebaño pastaba tranquilo en las proximidades, escuchándose el tintineo de las esquilas de las cabras y, sin embargo, algo no era normal pues Chispa y Lebrel, con los pelos del lomo erizados, olfateaban el aire inquietos. Se levantó de un salto y echando mano de la cacha examinó atentamente los alrededores, si era lo que se imaginaba no podía estar muy lejos, pues la actitud de los perros ya le resultaba harto conocida.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando la descubrió, casi a la vez que los dos animales, que se lanzaron contra ella como fieras. Y no es que tuviera miedo, pero no podía evitar un primer impulso de repulsa y precaución.
La culebra, enroscada sobre sí misma, se elevó de pronto como impulsada por un resorte, sibilante y peligrosa, haciendo frenar en seco a los perros.
-¡¡Venga con ella Chispa!,. ¡¡vamos Lebrel, acaba con ella!!
Los perros, alentados por las voces del ama, se crecían intentando una y otra vez clavarle los colmillos, atacándola por delante y por detrás, pero los rápidos giros y movimientos del reptil, elevado sobre sí mismo más de la mitad, frenaban constantemente sus ataques.
Después de un rato de inútiles esfuerzos, viendo que no conseguían nada, llamó a los dos animales, haciéndose obedecer a duras penas; se acercó unos pasos y examinó atentamente al reptil que se replegó sobre si mismo dispuesto a atacar de nuevo si era preciso.
Se trataba de una vieja culebra bastarda de las que tenían los colmillos en la parte trasera de la boca. Gruesa y larga, pasaría del metro y medio de longitud, pero no le pareció especialmente peligrosa.
Entretanto el reptil, sintiéndose libre por un momento del acoso de los perros, se pegó al terreno iniciando una rápida huida.
Viendo de nuevo el momento oportuno, azuzó con saña a los perros: ¡¡Ahora Chispa, Lebrel, a por ella!!.
Los dos animales se lanzaron como flechas hacia la culebra, más pendiente de huir que de defenderse; cuando giró sobre sí misma con la boca abierta, dispuesta a morder, Lebrel clavó sus colmillos debajo de su cabeza inmovilizándola. En décimas de segundo, el largo reptil se enroscó en el cuerpo del perro que rodó por el suelo gruñendo, pero sin soltar su presa.
La lucha fue larga y violenta; Chispa mordió incansable una y otra vez el tenso cuerpo de la culebra tratando de soltarla del cuerpo del otro perro y romper su espina, pero la enorme presión de los anillos hacía imposible una buena presa. Entretanto Lebrel, sacudía la cabeza de un lado a otro incansablemente, unas veces rodando por la pradera y otras de pie a duras penas, hasta que Chispa logró atenazar con fuerza al reptil, consiguiendo romperle la espina después de varias violentas sacudidas. Otro tanto hizo Lebrel, liberada ya en parte su movilidad, cediendo poco a poco la presión de la culebra hasta soltarse por completo. Unos minutos más tarde yacía inmóvil en el suelo, moviendo ligeramente la cola en el último aliento de vida.
La tía Salitrala hurgó en su faltriquera en busca de la navaja, la sacó y, una vez abierta, se dirigió hacia donde se hallaba tendida la culebra. La cogió por debajo de la cabeza y, con habilidad, le clavó la puntiaguda hoja en la parte inferior de la mandíbula. La llevó hasta un espino próximo y la colgó de una rama por la incisión recién hecha. Le hizo un corte circular a la altura del cuello y otro a lo largo del cuerpo pasando por el vientre, desollándola a continuación con inusitada pericia. Le tiró la piel a los perros, que la destrozaron a mordiscos, le extrajo los intestinos y acto seguido le cortó la cabeza, la cual dejó colgada del espino.
Sacó el fardel del zurrón, retiró del mismo el tocino y el pan y con sumo cuidado fue metiendo en su interior el blanco y largo cuerpo de la culebra. Por la noche haría un buen asado con su mitad y mañana guisaría el resto con patatas. No se podía desperdiciar una carne tan buena.
Reunió el rebaño y fue bajando con dirección al Pozo Negruría; al llegar a su altura el viento le trajo el sonido de la campana mayor de la iglesia dando las doce del mediodía; decidió continuar hasta las proximidades de la Cueva de la Fraga donde comería el pan y el tocino a la sombra de alguna encina.
No le faltaba mucho para llegar a las inmediaciones de la cueva, cuando advirtió que a media ladera bajaba un hombre a caballo. Pensó que sería el mismo que había visto subir un rato antes. Cuando llegó a donde ella estaba y se apeó de la montura, lo examinó atentamente, mientras Chispa y Lebrel lo olisqueaban recelosos e inquietos. Venía tocado con un amplio sombrero de fieltro, vestía pantalón y chaqueta de pana color marrón, de buena confección, y ceñía unas pequeñas espuelas sobre sus negras botas.
- Buenos días, señora.
- Buenos días nos de Dios.
- ¿Es usted de por aquí?
- Si, soy de Arrabalde.
- Entonces conocerá bien estos lugares.
- Pues mire usted si los conoceré, recorriéndolos a diario con las cabras.
- ¿Sabría decirme donde está la “Fuente de las Doncellas”?.
-sí, si que lo se, no está lejos, se encuentra allí a la derecha doblando aquellas peñas.
Se dirigió al caballo y de una cartera de cuero extrajo un viejo pergamino que desdobló cuidadosamente, lo consultó durante unos minutos examinando alternativamente el plano y los alrededores, y se alejó hasta a la fuente. Volvió a mirar el terreno, contó unos pasos en dirección a una peña e hizo una marca en el suelo con la bota. Descolgó una azada del costado del caballo, cavó sobre la marca durante unos minutos hasta hacer un hoyo de regular tamaño, y apartando una pequeña losa de piedra desenterró algo que la tía Josefa la Salitrala no llegó a ver.
Una vez que metió en las alforjas del caballo el objeto desenterrado, se le acercó y le entregó tres pesetas que ella aceptó entre agradecida y sorprendida, pues tres pesetas en aquella época era una cantidad que se agradecía, dada su maltrecha economía.
- Muchas gracias señora, quede usted con Dios.
Y se alejó por donde vino.
Tiempo después, cuando la tía Josefa relató a sus vecinos lo que le había pasado, la fantasía popular especuló con que si lo que había desenterrado aquel hombre era “el manto de la reina mora”, pues desde siempre se había creído que aquellas habían sido tierras de moros, o una olla llena de monedas de oro, convirtiéndose el echo en una leyenda que fue pasando de generación en generación hasta nuestros días.
Pero lo cierto es que nunca se llegó a saber ni la identidad de aquel
caballero ni lo que realmente desenterró. Tampoco en aquella época se sabía que
sobre “Las Labradas” se asentaba uno de los yacimientos arqueológicos prerrománicos
más importante del noroeste de España.
Onésimo Villar Carera
Relato basado
en un hecho real.
Publicado en
el DOMINICAL del Diario “La Opinión-El Correo de Zamora”
el 31-10-1993.-
https://www.faunaiberica.org/culebra-bastarda
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
EL TIEMPO EN ARRABALDE EN ESTE DÍA QUE PASÓ:
Noche del 23 al 24: -5º
TEMPERATURAS REGISTRADAS EL DIA 25, JUEVES:
Máximas: 12º
Estado del
cielo: Cubierto
Viento: Sopla del nordeste con velocidad de 7 km/h.
Humedad relativa: 89%
Presión atmosférica: 1030 hPa
Sensación
térmica: 4º
CANTIDAD DE AGUA QUE PUEDE CAER: 0,0 litros/m2.
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
No hay comentarios:
Publicar un comentario