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ARRABALDE EN LA NUBE… Y EN
EL CORAZÓN.
1 DE FEBRERO DE 2021
EL TIEMPO EN ARRABALDE
Y SU ENTORNO
CONTENIDO: REFRANERO, LÉXICO, OCASIONALMENTE ALGÚN RELATO, UN MINUTO DE
POESÍA, FOTOS, EL TIEMPO Y COMUNICADOS SI LOS HAY, DE LA ASOCIACION CULTURAL
“CASTRO DE LAS LABRADAS”.
ANTIGUO REFRANERO ESPAÑOL, FRASES Y DICHOS.- Bestia que anda llano, para mí me la quiero,
no para mi hermano.
Nos aconseja el refrán cuidar y no deshacerse de la caballería que tiene
buen paso y da buen resultado en su trabajo o rendimiento, pues no hay garantía
de que la nueva vaya a ser mejor. Y ya de forma genérica el refrán extiende el
significado a mantener y conservar aquello con cuyos servicios o prestaciones
estamos satisfechos, sobre todo si su pérdida no resulta fácil de reemplazar o
si la sustituta no ofrece garantía de que vaya a funcionar mejor.
Sinónimos en concordancia con el refrán:
El que deja lo conocido por lo alabado, va engañado.
Más vale malo conocido que bueno por conocer.
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LÉXICO ARRABALDÉS
(No despreciemos, por viejas y desusadas, las palabras y costumbres recibidas de
nuestros antepasados, ellos las usaron y se entendieron, nosotros ahora las
recordamos).
(Cada día definimos una palabra nueva, una frase o un lugar de
Arrabalde).- Hoy recordamos la palabra: SOTRO
En tu jardín secreto hay mercenarias
En tu
jardín secreto hay mercenarias
dulzuras, ávidas proclamaciones,
crueldades con sutiles corazones,
hay ladrones, sirenas legendarias.
Hay
bondades en tu aire, solitarias
multiplican arcanas perfecciones.
Se ahondan en angostos callejones,
tus árboles con ramas arbitrarias.
Alguna vez
oí el chirrido frío
de un portón que al cerrarse me dejaba
prisionera, perdida, siempre esclava
de tu
felicidad que junto a un río
bajaba entre las frondas a un abismo
de intermitente luz, con tu exorcismo.
Silvina Ocampo
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FOTOS DE AYER Y DE HOY.- Carrozas año 2009
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Máximas: 15º
Estado del cielo: Cubierto y lloviznando levemente.
Viento: Sopla del sureste con
velocidad de 4 km/h.
Humedad relativa: 71%
Presión atmosférica: 1013
hPa
Sensación térmica: 5º
QUÉ TIEMPO TUVIMOS HOY: Intervalos nubosos, algo de viento, algún episodio de sol en el entorno del medio día y cielos nubosos ya avanzada la tarde.
CANTIDAD DE AGUA QUE PUEDE CAER: 0 litros/m2.
TEMPERATURAS: Las previsiones para Arrabalde en la página de la AEMet señalan 8º de mínima y 12º de máxima.
La tierra es un lugar peligroso, de
aquí nadie sale vivo.
La cuestión consiste en retrasar lo
más posible la salida.
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Relato
EL PARAGUAS
“La culpa fue del paraguas y del mal corazón de aquel individuo;
juro que no lo quise hacer, pero no
me dejó otra alternativa”.
Sonó el viejo despertador y sentí cómo mis padres se tiraban
de la cama y comenzaban a vestirse deprisa. Cuando acabaron, mi madre me sacó
de entre las cálidas sábanas e hizo lo mismo conmigo; debía de estar amaneciendo pues entraba un
tenue resplandor por la ventana.
Era el mes de diciembre de 1956 y la habitación estaba helada, así que
cuando aún medio dormido mis pies descalzos tocaron el suelo, sentí como se me
contraía toda la piel y se me ponía la carne de gallina. Me puso los
pantalones, que también estaban increíblemente fríos, la camisa, un jersey de
lana, los calcetines y las botas, y a continuación me lavó la cara en el agua
de una palangana que previamente había dejado la noche anterior encima de una
silla. Tan fría estaba que todavía hoy mantengo en la memoria la sensación de
mil alfileres pinchándome en las mejillas y la pérdida momentánea de la
respiración; si algún rastro de sueño permanecía en mí, se evaporó al instante
como por ensalmo.
Ya han pasado más de sesenta años
desde entonces, pero aún conservo
increíblemente nítido en el recuerdo aquel dormitorio de la casa de mis
abuelos. El suelo era de tierra pisada de color gris oscuro, perfectamente barrido
y limpio. Las paredes eran de barro alisado y estaban encaladas de blanco; en
uno de los extremos de la estancia estaba la cama de hierro, grande y alta,
provista de un grueso colchón de lana, sábanas de lino y dos cobertores de lana
hechos en los telares del Val de San Lorenzo, en León, todo ello cubierto por
una gran colcha estampada de colores variados, ropas que tenían la virtud de
aislarnos del frío exterior como la mejor de las calefacciones; a su lado había
una vieja mesita de madera con la encimera de mármol.
Colgado de la pared en la cabecera de la cama, había un cuadro del Corazón
de Jesús, y en la pared del lado opuesto en cuya parte inferior había un arca
grande y negra cuyo contenido nunca había llegado a ver, colgaba otro cuadro
que representaba una de las apariciones de la Virgen de Fátima con los
pastorcillos arrodillados a sus plantas, rodeados de motivos florales. En la
pared lateral había otro cuadro del Ángel de la Guarda en actitud protectora
hacia unos niños, cuadro por el que siempre había sentido yo una especial predilección,
posiblemente influido por la dulce expresión que emanaba de la cara del ángel.
En el centro de la estancia había una mesa de madera de buena confección
con un florero de cerámica en el centro, rodeada de seis negras sillas de
asiento redondo y respaldo semicircular. Tenía tres cajones que en aquella
época guardaban misterios para mi, pero que andando el tiempo pude desentrañar
encontrando en su interior restos de viejas cuberterías, cartillas de
racionamiento, una petaca de tabaco
vacía de cuero negro y reseco, un chisquero de los de chispa y mecha como los
que usaban la mayoría de los fumadores en el pueblo; un mechero con tapadera de
chapa policromada y un pequeño depósito relleno de algodón en su parte
inferior, que más tarde supe que para que funcionara había que empaparlo de
gasolina; viejos pendientes de la abuela con aros grandes y piedras de colores;
un peine corto de madera con púas por ambos lados, un collar de rojos corales y
otros con cuentas de cristales multicolores, todos de sus años mozos. Pero lo
que más llamó mi atención fue un mazo de revistas de contenido religioso
tituladas HOSANNA y DE BROMA Y DE VERAS, que fueron
una revelación para mi, pues a través de ellas descubrí la poesía y vi que el
mundo continuaba más allá de los límites de mi pueblo; que había ciudades,
palacios, coches, trenes, aviones que surcaban los cielos y barcos que
navegaban sobre inmensas superficies de agua que llamaban mares..., cosas que
en aquellos tiempos jamás hubiera imaginado que podían existir .
Aquellas publicaciones, las primeras que caían en mis manos, espolearon mi
imaginación y llenaron de fantasías mi mente, hasta el extremo de que serían un
referente durante muchos años en mi memoria.
Al otro extremo de la habitación había un aparador con vajilla y otros mil
utensilios, entre ellos la pólvora, los pistones y la munición con que mi
abuelo cargaba su vieja escopeta; y en la pared contigua un armario ropero con
luna exterior, la primera en mi mundo infantil que me devolvió la imagen de
cuerpo entero. Por ella supe cómo era yo.
Para entonces, mi abuela ya había preparado unas sopas de ajo que a duras
penas pude comer, dado lo desacostumbrado de la hora para mí. A pesar de ello
resultó reconfortante ingerir algo caliente y contrarrestar de alguna forma la
gélida temperatura de la mañana.
Un rato después mis padres cogieron el equipaje y nos dirigimos a la plaza
del pueblo, donde tomaríamos el destartalado coche de línea que nos llevaría a
Benavente. La helada nocturna había sido tan grande que el barro de las calles
estaba totalmente endurecido, por lo que no tuve que preocuparme de andar con
cuidado para no manchar mis botas. De los tejados colgaban largos carámbanos
que parecían amenazarnos con sus extremos puntiagudos.
Una vez en Benavente nos dirigimos a las cocheras de la empresa Vivas, -así
se llamaban- de donde salía el autocar que nos llevaría a León. Aquella fue la
primera vez de las muchas que más tarde realizaría el mismo recorrido, tanto en
un sentido como en otro.
Cuando pasado el medio día llegamos a la estación de RENFE de León y mi
padre me dijo que el tren circulaba por aquellos dos raíles que se perdían en
la lejanía, me pareció algo tan incompresible que aún después de haberlo visto
con mis propios ojos me parecía imposible de creer. Debo aclarar que nos
dirigíamos a Gijón, lugar donde mi padre había encontrado trabajo, y adonde
ahora nos llevaba con él.
La estación de León era un hervidero de gente y equipajes esperando el tren
que nos unía con Asturias, así que cuando llegó aquella impresionante máquina
de vapor que parecía resoplar y echar fuego por cada uno de sus huecos y
rendijas, mi sorpresa no tuvo límites, y permanecí embobado mirándola con temor
hasta que mi padre tiró de mi para entrar en uno de los vagones de tercera que
arrastraba.
Recuerdo aquel viaje como una de las experiencias más sorprendentes y
penosas de mi infancia. Cuando por fin pudimos subir al vagón tan solo nos fue
posible avanzar con el equipaje hasta la mitad del pasillo, todos los
compartimentos estaban ocupados y en dicho punto había un tapón de bultos y
personas que cerraba totalmente el paso. Resultaba imposible continuar ni
retroceder, así que allí nos quedamos sin otra esperanza que aguantar hasta que
los viajeros se fueran apeando en las siguientes estaciones y quedara espacio
libre.
Mis padres habían quedado uno junto al otro prensados contra las tablas de
uno de los departamentos, con el equipaje a sus pies, y yo en el centro del
pasillo frente a ellos, con la pierna derecha inmovilizada entre una gran maleta
de madera y una cesta de mimbre, y la izquierda descansando doblada por la
rodilla sobre medio saco de garbanzos, absolutamente imposibilitado para
moverme. Cuando arrancó el tren tenía la impresión de que jamás llegaríamos a
ningún destino.
Por la ventanilla veía discurrir lentamente el paisaje, los pueblos, las
aldeas, las gentes y los animales como pequeñas figuras vivas de un enorme
belén; también los valles y bosques con
su cromatismo de verdes, azules y ocres, algunos ya con una pequeña capa de
nieve cubriendo sus ramas. Pero lo que más me impresionaba era cuando el tren
tomaba una larga curva a la izquierda, y por la ventanilla podía ver la máquina
resoplando y echando fuego y humo como un negro y viejo dragón, tirando
cansinamente de aquella larga hilera de vagones que parecían no tener fin. Era
una imagen que me mantenía hipnotizado hasta que la curva desaparecía y con
ella la máquina. En Pajares no se el tiempo que tuvimos que estar esperando, me
entretuve mirando por la ventanilla la inmensa nevada que cubría aquellas
enormes montañas y el ir y venir de personas por el andén de la estación; nunca
había visto tanta nieve ni un paisaje tan distinto a las llanuras de mi tierra,
que en realidad eran las únicas que conocía. Para entonces ya no sentía las
piernas.
Solo a partir de Mieres comenzó a notarse un poco que la gente se apeaba y
quedaba espacio libre, y en Oviedo ya fue la liberación, desapareció
prácticamente la totalidad de la gente del pasillo y pude sentarme junto a mis
padres en el interior del compartimento donde se encontraban. Tantas horas de
pie me tenían las piernas tan dormidas e insensibles que cuando por fin pude
caminar, apenas si podía dar unos pasos sin perder el equilibrio.
Al poco de salir de Oviedo comenzó a lloviznar, y cuando llegamos a Gijón,
siendo ya noche cerrada, seguía cayendo un agua que aunque no era intensa
resultaba fría y desagradable. Nos apeamos del tren y nos dirigimos a la salida
de la estación, donde nos advirtió mi padre que era necesario pasar por el fielato
para pagar no se qué impuestos. Los que podían se escabullía de tal obligación,
pero nosotros parece ser que no gozábamos de tal habilidad, así que al llegar a
la puerta de aquel cuartucho rodeado de gente con paraguas y bultos, tuvimos
que hacer cola hasta que nos tocara el turno.
Mi padre se adelantó y nosotros quedamos un poco rezagados contra la pared
resguardándonos con un viejo paraguas que traía mi madre. Y entonces sucedió
que, a requerimiento de mi padre, tuvo que dejarlo en el suelo para buscar algo
en el interior de uno de los bultos que portábamos. A nuestro lado se
encontraba un individuo gordo, con abrigo y paraguas, que también tuvo que
dejar el suyo en el suelo para mostrar el contenido de su maleta a uno de los
agentes que realizaban los controles de equipaje en el fielato. Una racha de
aire movió ambos paraguas y cuando mi madre concluyó cogió por error el que más
cerca se encontraba de ella, que resultó ser el del señor del abrigo.
Cuando éste se dio cuenta y vio la miseria de paraguas que se hallaba en el
suelo, y que el suyo lo tenía aquella señora de pequeña estatura, vestida
humildemente y acompañada de un niño de
tímido aspecto que lo miraba con temor, sus ojos despidieron una extraña mezcla
de odio y desprecio como yo no había visto nunca. Insultó a mi madre, y le dijo
palabras que yo no había oído pronunciar nunca en boca de nadie. La llamó
ladrona y muerta de hambre, y ni siquiera cesó en sus insultos cuando mi madre
después de hacerle entrega del paraguas juntó sus manos y le pidió perdón
diciéndole que lo había cogido por error.
La gente comenzó a mirarnos mientras algunos se apartaban de aquel personaje vociferante. Sentí que se me
nublaba la mente y como que algo se rompía en mi interior, ya solo veía la cara
implorante de mi madre y la de aquel individuo que no cesaba en sus insultos y
amenazas, así que sin pensarlo más me aparté unos metros, tomé carrerilla,
agaché la cabeza y salí disparado como
un resorte directo a la entrepierna de aquel tipo.
Sentí como mi cabeza impactaba contra algo blando y fofo, oí un resoplido y
vi como el tipo retrocedía y resbalaba poco a poco hasta el suelo con la
espalda apoyada en la pared. Tenía la cara azul y desencajada, y le costaba
respirar.
Oí risas de la gente que nos rodeaba y frases como “joder con el chaval,
como defiende a su madre...” y otras que
ya no consigo recordar.
De lo que sucedió a continuación tampoco me acuerdo bien, creo recordar que mis padres recogieron apresuradamente el equipaje, me agarraron por un brazo y nos alejamos de allí a toda prisa. Juraría que los dos iban aguantando la risa mientras mi padre me decía entre dientes “ya hablaremos luego”.
Onésimo Villar Carrera
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2 comentarios:
Excelente relato, One!!
Gracias Ovi...
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