Páginas

lunes, 1 de febrero de 2021

Relato: El Paraguas

 :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

ARRABALDE EN LA NUBE… Y EN EL CORAZÓN. 

1 DE FEBRERO DE 2021

EL TIEMPO EN ARRABALDE Y SU ENTORNO


CONTENIDO: REFRANERO, LÉXICO, OCASIONALMENTE ALGÚN RELATO, UN MINUTO DE POESÍA, FOTOS, EL TIEMPO Y COMUNICADOS SI LOS HAY, DE LA ASOCIACION CULTURAL “CASTRO DE LAS LABRADAS”.

 

ANTIGUO REFRANERO ESPAÑOL, FRASES Y DICHOS.-  Bestia que anda llano, para mí me la quiero, no para mi hermano.

Nos aconseja el refrán cuidar y no deshacerse de la caballería que tiene buen paso y da buen resultado en su trabajo o rendimiento, pues no hay garantía de que la nueva vaya a ser mejor. Y ya de forma genérica el refrán extiende el significado a mantener y conservar aquello con cuyos servicios o prestaciones estamos satisfechos, sobre todo si su pérdida no resulta fácil de reemplazar o si la sustituta no ofrece garantía de que vaya a funcionar mejor.

Sinónimos en concordancia con el refrán:

El que deja lo conocido por lo alabado, va engañado.

Más vale malo conocido que bueno por conocer.

 

 ------------------------oooOooo---------------------


LÉXICO ARRABALDÉS

 (No despreciemos, por viejas y desusadas,  las palabras y costumbres recibidas de nuestros antepasados, ellos las usaron y se entendieron, nosotros ahora las recordamos).

(Cada día definimos una palabra nueva, una frase  o un lugar de Arrabalde).- Hoy recordamos la palabra: SOTRO

 Sotro: Locución adverbial. Sotro día. Al día siguiente. Sotro día vendrá tu hermano y aprovecharemos para arar el huerto.

 UN MINUTO DE POESÍA.-Espacio abierto a quien desee publicar alguna de sus obras poéticas, tanto en verso como en prosa poética. Puede hacerlo con su nombre o con seudónimo, o como prefiera. Los envíos podéis remitirlos al correo: castrocelta@hotmail.com.

 Hoy vamos a leer un soneto de Silvina Ocampo,  (Buenos Aires, 28 de julio de 1903-14 de diciembre de 1993), escritora, cuentista y poeta argentina, fue una de las poetas más reconocidas y premiadas por sus versos. Amiga de Borges y esposa de  Adolfo Bioy Casares. Recibió, entre otros, el Premio Municipal de Literatura en 1954 y el Premio Nacional de Poesía en 1962.

 

En tu jardín secreto hay mercenarias

 

En tu jardín secreto hay mercenarias
dulzuras, ávidas proclamaciones,
crueldades con sutiles corazones,
hay ladrones, sirenas legendarias.

Hay bondades en tu aire, solitarias
multiplican arcanas perfecciones.
Se ahondan en angostos callejones,
tus árboles con ramas arbitrarias.

Alguna vez oí el chirrido frío
de un portón que al cerrarse me dejaba
prisionera, perdida, siempre esclava

de tu felicidad que junto a un río
bajaba entre las frondas a un abismo
de intermitente luz, con tu exorcismo.

                                                                   Silvina Ocampo

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

FOTOS DE AYER Y DE HOY.-  Carrozas año 2009








 

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

 EL TIEMPO EN ARRABALDE EN ESTE DÍA QUE PASÓ:

 TEMPERATURAS REGISTRADAS EL DIA 1, LUNES:

 Mínimas: 7º 

Máximas: 15º

 TEMPERATURA Y DATOS REGISTRADOS A LAS 01,30 HORAS DEL DÍA 01 DE FEBRERO

 El termómetro señala 8º

Estado del cielo: Cubierto y lloviznando levemente.

VientoSopla del sureste con velocidad de 4 km/h.

Humedad relativa: 71%

Presión atmosférica1013 hPa

Sensación térmica: 5º

QUÉ TIEMPO TUVIMOS HOY: Intervalos nubosos, algo de viento, algún episodio de sol en el entorno del medio día y cielos nubosos ya avanzada la tarde.

 ESTO ES LO QUE SE ANUNCIA PARA MAÑANA DIA 02:

 LLUVIA: 40% de probabilidades. Los pronósticos en principio no señalan riesgo de lluvia, aunque podría llover levemente a última hora de la tarde.

 CANTIDAD DE AGUA QUE PUEDE CAER: 0 litros/m2.

 NUBES: 100%. Cielos con nubosidad variable a lo largo de todo el día, que irán derivando a cielos cubiertos.

 RADIACIÓN ULTRAVIOLETA: Sin riesgo.

 VIENTO: Soplará entre 13 y 24 Km/h. con riesgo de rachas de hasta 32 km/h.

 COTA DE NIEVE: Sin registros.

TEMPERATURAS: Las previsiones para Arrabalde en  la página de la AEMet señalan 8º de mínima y 12º de máxima.

 PREVISIÓN Y AVISO DE TORMENTAS: La AEMet no señala tormentas.

 SOL: El sol saldrá a las 8,36 y se pondrá a las 18,39 horas.

 :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

La tierra es un lugar peligroso, de aquí nadie sale vivo.

La cuestión consiste en retrasar lo más posible la salida.

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Relato

 

EL PARAGUAS

  

“La culpa fue del paraguas y del mal corazón de aquel individuo;

 juro que no lo quise hacer, pero no me dejó otra alternativa”.

 

Sonó el viejo despertador y sentí cómo mis padres se tiraban de la cama y comenzaban a vestirse deprisa. Cuando acabaron, mi madre me sacó de entre las cálidas sábanas e hizo lo mismo conmigo;  debía de estar amaneciendo pues entraba un tenue resplandor por la ventana.

Era el mes de diciembre de 1956 y la habitación estaba helada, así que cuando aún medio dormido mis pies descalzos tocaron el suelo, sentí como se me contraía toda la piel y se me ponía la carne de gallina. Me puso los pantalones, que también estaban increíblemente fríos, la camisa, un jersey de lana, los calcetines y las botas, y a continuación me lavó la cara en el agua de una palangana que previamente había dejado la noche anterior encima de una silla. Tan fría estaba que todavía hoy mantengo en la memoria la sensación de mil alfileres pinchándome en las mejillas y la pérdida momentánea de la respiración; si algún rastro de sueño permanecía en mí, se evaporó al instante como por ensalmo.

 Ya han pasado más de sesenta años desde entonces, pero aún conservo   increíblemente nítido en el recuerdo aquel dormitorio de la casa de mis abuelos. El suelo era de tierra pisada de color gris oscuro, perfectamente barrido y limpio. Las paredes eran de barro alisado y estaban encaladas de blanco; en uno de los extremos de la estancia estaba la cama de hierro, grande y alta, provista de un grueso colchón de lana, sábanas de lino y dos cobertores de lana hechos en los telares del Val de San Lorenzo, en León, todo ello cubierto por una gran colcha estampada de colores variados, ropas que tenían la virtud de aislarnos del frío exterior como la mejor de las calefacciones; a su lado había una vieja mesita de madera con la encimera de mármol.

Colgado de la pared en la cabecera de la cama, había un cuadro del Corazón de Jesús, y en la pared del lado opuesto en cuya parte inferior había un arca grande y negra cuyo contenido nunca había llegado a ver, colgaba otro cuadro que representaba una de las apariciones de la Virgen de Fátima con los pastorcillos arrodillados a sus plantas, rodeados de motivos florales. En la pared lateral había otro cuadro del Ángel de la Guarda en actitud protectora hacia unos niños, cuadro por el que siempre había sentido yo una especial predilección, posiblemente influido por la dulce expresión que emanaba de la cara del ángel.

En el centro de la estancia había una mesa de madera de buena confección con un florero de cerámica en el centro, rodeada de seis negras sillas de asiento redondo y respaldo semicircular. Tenía tres cajones que en aquella época guardaban misterios para mi, pero que andando el tiempo pude desentrañar encontrando en su interior restos de viejas cuberterías, cartillas de racionamiento,  una petaca de tabaco vacía de cuero negro y reseco, un chisquero de los de chispa y mecha como los que usaban la mayoría de los fumadores en el pueblo; un mechero con tapadera de chapa policromada y un pequeño depósito relleno de algodón en su parte inferior, que más tarde supe que para que funcionara había que empaparlo de gasolina; viejos pendientes de la abuela con aros grandes y piedras de colores; un peine corto de madera con púas por ambos lados, un collar de rojos corales y otros con cuentas de cristales multicolores, todos de sus años mozos. Pero lo que más llamó mi atención fue un mazo de revistas de contenido religioso tituladas HOSANNA y DE BROMA Y DE VERAS, que fueron una revelación para mi, pues a través de ellas descubrí la poesía y vi que el mundo continuaba más allá de los límites de mi pueblo; que había ciudades, palacios, coches, trenes, aviones que surcaban los cielos y barcos que navegaban sobre inmensas superficies de agua que llamaban mares..., cosas que en aquellos tiempos jamás hubiera imaginado que podían existir .

Aquellas publicaciones, las primeras que caían en mis manos, espolearon mi imaginación y llenaron de fantasías mi mente, hasta el extremo de que serían un referente durante muchos años en mi memoria.

Al otro extremo de la habitación había un aparador con vajilla y otros mil utensilios, entre ellos la pólvora, los pistones y la munición con que mi abuelo cargaba su vieja escopeta; y en la pared contigua un armario ropero con luna exterior, la primera en mi mundo infantil que me devolvió la imagen de cuerpo entero. Por ella supe cómo era yo.

Para entonces, mi abuela ya había preparado unas sopas de ajo que a duras penas pude comer, dado lo desacostumbrado de la hora para mí. A pesar de ello resultó reconfortante ingerir algo caliente y contrarrestar de alguna forma la gélida temperatura de la mañana.

Un rato después mis padres cogieron el equipaje y nos dirigimos a la plaza del pueblo, donde tomaríamos el destartalado coche de línea que nos llevaría a Benavente. La helada nocturna había sido tan grande que el barro de las calles estaba totalmente endurecido, por lo que no tuve que preocuparme de andar con cuidado para no manchar mis botas. De los tejados colgaban largos carámbanos que parecían amenazarnos con sus extremos puntiagudos.

Una vez en Benavente nos dirigimos a las cocheras de la empresa Vivas, -así se llamaban- de donde salía el autocar que nos llevaría a León. Aquella fue la primera vez de las muchas que más tarde realizaría el mismo recorrido, tanto en un sentido como en otro.

Cuando pasado el medio día llegamos a la estación de RENFE de León y mi padre me dijo que el tren circulaba por aquellos dos raíles que se perdían en la lejanía, me pareció algo tan incompresible que aún después de haberlo visto con mis propios ojos me parecía imposible de creer. Debo aclarar que nos dirigíamos a Gijón, lugar donde mi padre había encontrado trabajo, y adonde ahora nos llevaba con él.

La estación de León era un hervidero de gente y equipajes esperando el tren que nos unía con Asturias, así que cuando llegó aquella impresionante máquina de vapor que parecía resoplar y echar fuego por cada uno de sus huecos y rendijas, mi sorpresa no tuvo límites, y permanecí embobado mirándola con temor hasta que mi padre tiró de mi para entrar en uno de los vagones de tercera que arrastraba.

Recuerdo aquel viaje como una de las experiencias más sorprendentes y penosas de mi infancia. Cuando por fin pudimos subir al vagón tan solo nos fue posible avanzar con el equipaje hasta la mitad del pasillo, todos los compartimentos estaban ocupados y en dicho punto había un tapón de bultos y personas que cerraba totalmente el paso. Resultaba imposible continuar ni retroceder, así que allí nos quedamos sin otra esperanza que aguantar hasta que los viajeros se fueran apeando en las siguientes estaciones y quedara espacio libre.

Mis padres habían quedado uno junto al otro prensados contra las tablas de uno de los departamentos, con el equipaje a sus pies, y yo en el centro del pasillo frente a ellos, con la pierna derecha inmovilizada entre una gran maleta de madera y una cesta de mimbre, y la izquierda descansando doblada por la rodilla sobre medio saco de garbanzos, absolutamente imposibilitado para moverme. Cuando arrancó el tren tenía la impresión de que jamás llegaríamos a ningún destino.

Por la ventanilla veía discurrir lentamente el paisaje, los pueblos, las aldeas, las gentes y los animales como pequeñas figuras vivas de un enorme belén; también  los valles y bosques con su cromatismo de verdes, azules y ocres, algunos ya con una pequeña capa de nieve cubriendo sus ramas. Pero lo que más me impresionaba era cuando el tren tomaba una larga curva a la izquierda, y por la ventanilla podía ver la máquina resoplando y echando fuego y humo como un negro y viejo dragón, tirando cansinamente de aquella larga hilera de vagones que parecían no tener fin. Era una imagen que me mantenía hipnotizado hasta que la curva desaparecía y con ella la máquina. En Pajares no se el tiempo que tuvimos que estar esperando, me entretuve mirando por la ventanilla la inmensa nevada que cubría aquellas enormes montañas y el ir y venir de personas por el andén de la estación; nunca había visto tanta nieve ni un paisaje tan distinto a las llanuras de mi tierra, que en realidad eran las únicas que conocía. Para entonces ya no sentía las piernas.

Solo a partir de Mieres comenzó a notarse un poco que la gente se apeaba y quedaba espacio libre, y en Oviedo ya fue la liberación, desapareció prácticamente la totalidad de la gente del pasillo y pude sentarme junto a mis padres en el interior del compartimento donde se encontraban. Tantas horas de pie me tenían las piernas tan dormidas e insensibles que cuando por fin pude caminar, apenas si podía dar unos pasos sin perder el equilibrio.

Al poco de salir de Oviedo comenzó a lloviznar, y cuando llegamos a Gijón, siendo ya noche cerrada, seguía cayendo un agua que aunque no era intensa resultaba fría y desagradable. Nos apeamos del tren y nos dirigimos a la salida de la estación, donde nos advirtió mi padre que era necesario pasar por el fielato para pagar no se qué impuestos. Los que podían se escabullía de tal obligación, pero nosotros parece ser que no gozábamos de tal habilidad, así que al llegar a la puerta de aquel cuartucho rodeado de gente con paraguas y bultos, tuvimos que hacer cola hasta que nos tocara el turno.

Mi padre se adelantó y nosotros quedamos un poco rezagados contra la pared resguardándonos con un viejo paraguas que traía mi madre. Y entonces sucedió que, a requerimiento de mi padre, tuvo que dejarlo en el suelo para buscar algo en el interior de uno de los bultos que portábamos. A nuestro lado se encontraba un individuo gordo, con abrigo y paraguas, que también tuvo que dejar el suyo en el suelo para mostrar el contenido de su maleta a uno de los agentes que realizaban los controles de equipaje en el fielato. Una racha de aire movió ambos paraguas y cuando mi madre concluyó cogió por error el que más cerca se encontraba de ella, que resultó ser el del señor del abrigo.

Cuando éste se dio cuenta y vio la miseria de paraguas que se hallaba en el suelo, y que el suyo lo tenía aquella señora de pequeña estatura, vestida humildemente y  acompañada de un niño de tímido aspecto que lo miraba con temor, sus ojos despidieron una extraña mezcla de odio y desprecio como yo no había visto nunca. Insultó a mi madre, y le dijo palabras que yo no había oído pronunciar nunca en boca de nadie. La llamó ladrona y muerta de hambre, y ni siquiera cesó en sus insultos cuando mi madre después de hacerle entrega del paraguas juntó sus manos y le pidió perdón diciéndole que lo había cogido por error.

La gente comenzó a mirarnos mientras algunos se apartaban de aquel  personaje vociferante. Sentí que se me nublaba la mente y como que algo se rompía en mi interior, ya solo veía la cara implorante de mi madre y la de aquel individuo que no cesaba en sus insultos y amenazas, así que sin pensarlo más me aparté unos metros, tomé carrerilla, agaché la cabeza  y salí disparado como un resorte directo a la entrepierna de aquel tipo.

Sentí como mi cabeza impactaba contra algo blando y fofo, oí un resoplido y vi como el tipo retrocedía y resbalaba poco a poco hasta el suelo con la espalda apoyada en la pared. Tenía la cara azul y desencajada, y le costaba respirar.

Oí risas de la gente que nos rodeaba y frases como “joder con el chaval, como defiende a su madre...”  y otras que ya no consigo recordar.

De lo que sucedió a continuación tampoco me acuerdo bien, creo recordar que mis padres recogieron apresuradamente el equipaje, me agarraron por un brazo y nos alejamos de allí a toda prisa. Juraría que los dos iban aguantando la risa mientras mi padre me decía entre dientes “ya hablaremos luego”.

Onésimo Villar Carrera




:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

2 comentarios:

Publicar un comentario